El pasado sábado, una persona me hizo la siguiente pregunta: “Y dime, ¿cuántos discos tienes tú?”. No supe qué contestar, así que intenté acotar: “¿Discos de qué tipo? ¿De ópera y música clásica?”. “Sí” me contestaron. Silencio sepulcral. En realidad, nunca me he dado a la tarea de contar cuántos discos he comprado desde que escucho ópera. Haciendo cálculos y a “ojo de buen cubero” respondí: “Pues yo creo que como unos 70, más o menos”. Fue el fin del tópico, más no de la conversación, que siguió en otros temas.
De regreso a casa, me volví a preguntar lo mismo, ¿cuántos discos tengo ya desde hace (aproximadamente) dos años?
Ya en mi habitación, me di a la tarea de contar todos y cada uno de ellos. Sabía que no podrían ser menos de 70 como había dicho, pero tampoco pensé que fueran muchos más. 84. Y eso solo contando las cajas, ya que algunos son discos dobles y box sets. “¡Aylavirgen! ¿Tantos discos he comprado?” Pero ¡oh, sorpresa!, había solo contado los recitales y compilaciones. Había olvidado juntar las grabaciones de óperas completas que poseo. 25. No lo podía creer.
Mi asombro era enorme. Inmediatamente me embargo un sentimiento de culpa. ¿Crisis? ¿Cuál crisis? Y aunque intentaba aminorar mi culpa recordando que algunos los había conseguido a un precio de ganga y algunos otros los había recibido como un regalo de algunas amistades (no más de 10 de ellos), mi sentimiento mezcla de sorpresa y culpa seguía ahí.
“Creo que tengo problemas”. Concluí mientras contemplaba mi “pequeña colección” (porque finalmente, lo es).
Hoy es uno de esos días en los que tengo ganas de sincerarme. No es que me cueste hacerlo, lo cierto es que no acostumbro hacerlo ante mucha gente, y mucho menos ante ojos anónimos (otros no tanto) que lean esto. Pero hoy he decidido hacerlo.
Tampoco se trata de algo terriblemente punible, quizá es hasta superfluo e intrascendente, pero he decidido compartirlo con ustedes, quizá algunos pasen por la misma situación.
Sí, confieso que aún compro discos en físico. Sí, voy a la tienda, llevo mi dinero y me estoy dentro mínimamente una media hora (a veces menos) eligiendo mi compra. Y es que es algo superior a mis fuerzas. O por el momento sí.
Tiempo atrás decidí comenzar mi propia discoteca, un acervo operístico donde figuraran las grabaciones de ópera, recitales en solitario y alguna que otra excepción que entrara dentro de mis gustos.
Si alguno de ustedes ha leído este blog, recordará que mi primer disco referente a la ópera y música clásica fue un boxset de tres discos con arias cantadas por La Divina. Después de haberlo devorado (no literalmente), tuve hambre de más, así que comencé a comprar algunos más, sobre todo de los mediáticos. Así, me hice del disco de (¡qué difícil es confesar!) Duets que grabaron la Netrebko y Villazón cuando aún eran la tan famosa y ya choteada Das Traumpaar. A ese le siguió uno de arias puccinianas grabado por Angela Gheorghiu, siguiendo mi enamoramiento del meloso Puccini. Y así fue que empecé.
¡Pero por favor, déjenme contarles como compré mi primera ópera! Los precios tan altos a los que se venden me habían impedido comprar una, y con sólo pensarlo sentía que cometía un acto pecaminoso. Un simple mortal como yo, estudiante (en aquel entonces), no podría jamás comprar una de esas lujosísimas ediciones de la Decca y la DG tenían en el mercado, con un librillo que incluye el libreto y comentarios relativos al título en cuestión, y lo único que podía hacer con ellas era solo tocarlas en el aparador. Triste y patética historia la mía.
Generalmente los lanzamientos nos llegan uno o dos meses con retraso, trátese de una nueva grabación, re-edición o serie de colección. Un día, sin tener mucho que hacer, me metí a una tienda de discos y mientras revisaba los nuevos lanzamientos, encontré un box set con una portada amarillenta. La Bohème con Freni y Gedda. Atrás de ese box, había otros similares: La Tosca con Callas y Di Stefano, Aìda con Caballé y Domingo, Tristan und Isolde con Stemme y Domingo y otras más. ¿El precio? Accesible, comparando con otras ediciones. La EMI había anunciado por internet una nueva serie de re-ediciones de títulos de su vasto catálogo de grabaciones (seguramente ya las han visto y saben a cuales me refiero), algunas de ellas verdaderamente interesantes. A mi ya se me había olvidado, pero cuando vi las cajas lo recordé. No pude resistirme y después de mucho debatir conmigo mismo, terminé comprando la Aìda. Y así fue como adquirí mi primera grabación íntegra de ópera.
A esa Aìda le siguieron otras tantas. Actualmente mi pequeño discoteca tiene óperas de Bellini, Donizetti, Massenet, Mozart, Strauss, Verdi, Wagner, entre otros. Casi todas en re-ediciones, y alguna que otra edición de lujo, como Il Trovatore con Callas y Di Stefano o Thaïs con Fleming y Hampson.
Así es como he comenzado esta especie de fetiche coleccionista. Y es que para mí, no existe la misma emoción de comprar un CD en físico que comprarlo y descargarlo por internet. No tengo nada en contra de hacerse de música de esa manera, yo mismo he adquirido algunas grabaciones así, pero generalmente se tratan de aquellas que no están disponibles en el mercado nacional (aún), como la Lucia di Lammermoor con Dessay y Beczala (¡oh sí!, pero es que soy fan de la Dessay) o los discos en estudio de Alexandrina Pendatchanska (ya va siendo hora de que la conozcan). Respeto a quienes sus hábitos de compra se limiten solo a descargas electrónicas, existen varias ventajas, como el precio (suele ser más barata la descarga que el disco físico) y el espacio (mientras la descarga puede estar tranquilamente en el gadget de tu preferencia, yo necesito un estante más grande para poner mis discos), pero al final de cuentas, para mí no es lo mismo.
Seguramente habrá algunos que están pensando en comprarse por vez primera un disco de música clásica, ópera o algún box set, o también quien esté pensando en seguir agrandando su pequeña o grande colección. ¡Qué bien! Pero si me permiten un consejo: Compren solo aquello que ya hayan escuchado. Actualmente hay muchas opciones donde pueden escuchar un pequeño preview de nuevas y viejas grabaciones, ya sea en su tienda digital o en la sucursal de su preferencia. También si lo que piensan comprar es por valor estético, profesional y hasta sentimental, pues adelante, háganse de él. Personalmente, yo compro lo que ya he escuchado y me ha gustado tanto, que no pienso en si comprarlo o no. Hasta tengo una lista en mi bloc de notas titulado “Discos y grabaciones a comprar”, aunque luego uno encuentra cada ganga que a veces no puedo respetar esa lista.
Ahora que si ustedes no tienen en que gastarse el dinero (lo dudo) y para ustedes gastar en discos en precios de más de cuatro cifras es una bicoca, compren todo lo que deseen.
Este gusto culposo también me ha dejado algunas cosas buenas, pero sobre todo aprender a comprar (y los efectos se reflejan en mi bolsillo). Mis primeras compras fueron casi como un arrebatamiento por haber encontrado tal o cual CD, pero con el tiempo ha disminuido. Recuerdo el día que compré un disco de Bejun Mehta. En una tienda estaba a un precio realmente alto. La voz de ese contratenor, el repertorio elegido (arias de Handel) y el acompañamiento musical (René Jacobs dirigiendo la Freigburg) me habían impulsado a hacerme de él, pero definitivamente no a ese precio. Decidí esperar. Tiempo después, entré a curiosear a una librería, sin nada en particular que comprar. Mientras revisaba el apartado de música clásica y ópera, encontré ese mismo disco, a un precio razonable. No lo dudé y me lo llevé.
También llega a suceder que muchos discos cuando recién son sacados a la venta, tienen precios altos. Pero con el tiempo, precisamente como esos discos son muy caros y mucha gente no está dispuesta a pagar por ellos, las mismas tiendas deciden ponerlos en “precio especial”. La espera no siempre es fácil, pero si pueden, hagan el intento. Su bolsillo se los agradecerá.
En todo caso, cada quién conoce las necesidades propias y cada uno sabe cómo se gasta el dinero.
Ante todo, quiero que quede claro que este post no lo he escrito en un afán de presunción y vanidad. Nada de eso. Inicié como un acto de sinceridad al admitir que soy de la “escuela antigua” que todavía se toma la molestia de ir a una sucursal de tienda de discos y resolver el dilema de “¿Cuál me llevo?”; y terminé hasta compartiendo un par de consejos para comprar y resolver la pregunta de “¿Para cuál me alcanza?”.
Seguramente no faltará el que piense “Pobre de este tipo, ahí anda decidiendo para cuál le alcanza” o “Cuando se trata de arte, hablar de dinero es una frivolidad”. Recuerden señores, la situación económica actual está muy difícil y como dicen las abuelitas, guardianas de la sabiduría popular, el horno no está para boyos. También es importante recordar que no todo lo que se comercia (en este ambiente) es arte.
Después de haber escrito esto, aún puedo determinar si tengo problemas con mi fetichismo. Sin embargo, creo que sabiéndose administrar, hay oportunidad para todo, aún para permitirse ciertos caprichitos a los cuales uno termina sucumbiendo en un mundo bombardeado por opciones y también por mercadotecnia.
Por mi parte, yo ya estoy deliberando que comprar primero. Quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra.